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Original Web

Dios cuida de todos nosotros

Del número de septiembre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 6 de julio de 2020 como original para la Web.


Me encanta que el Monitor Daily celebre con tanta frecuencia las victorias en su introducción. Como la edición del 17 de abril que cuenta acerca de una mujer cuya casa se quemó hasta quedar inhabitable, después de incendiarse mientras preparaba una comida para la Pascua. Sin embargo, aquella noche, sus amigos ya tenían un apartamento y alimentos para esta señora, y ella continuó con sus planes y ofreció una cena de Pascua virtual para amigos y familiares en todo el país, aun en medio de sus propias necesidades.

 Es muy alentador ver las evidencias del tipo de cuidado que esta mujer y sus amigos expresaron, especialmente en medio de la pandemia del coronavirus, cuando puede parecer que se nos separa de los recursos de apoyo y consuelo que tanto conocemos.

A lo largo de los años, mi oración y estudio de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana basadas en la Biblia han fortalecido mi conocimiento de Dios como la fuente en la que podemos siempre depender en busca de apoyo y consuelo. Mi comprensión y experiencia han nacido de Dios como nuestro Padre y Madre divino que nos protege y alimenta a todos porque somos sus hijos profundamente amados. Este cuidado y estímulo es inagotable, y todos tenemos el derecho divino de sentirlo a cada momento.

Cristo Jesús manifestaba esta verdad de manera muy sencilla, usando imágenes cotidianas. Sus acciones y pensamientos sanadores estaban animados por su perfecta y clara comprensión de que Dios es el guardián supremo de la creación. Por ejemplo: “¿Cuánto cuestan cinco gorriones: dos monedas de cobre? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos. Y, en cuanto a ustedes, cada cabello de su cabeza está contado. Así que no tengan miedo” (Lucas 12:6, 7, NTV). Esto dice mucho acerca del valor inestimable de cada uno de nosotros, y la valentía que esto puede darnos.

Experimenté esto hace mucho tiempo, cuando tenía unos 25 años, y me mudé a más de tres mil kilómetros de distancia a otra parte del país. Cuando recuerdo aquella época, sigo maravillándome de cómo Dios no solo cuidó de mí cada día, sino que me mostró más acerca del verdadero significado del cuidado.

Durante aquel tiempo, que estuvo lleno de incertidumbre por mi futuro, oré para comprender, como dice la Biblia, que “…Dios miró todo lo que había hecho, ¡y vio que era muy bueno!” (Génesis 1:31, NTV). En otras palabras, Dios, el Espíritu quien es todo el bien, me hizo a mí, y a todos, espirituales y completos a Su semejanza. Nuestra verdadera identidad espiritual ya incluye todo lo que es digno, útil y tiene un propósito; todo lo que es bueno. El plan de Dios –el plan del Amor divino– no deja a nadie afuera y revela cada vez más aquello que es beneficioso para Su creación.

A medida que afirmaba en mis oraciones este designio divino del bien omnipotente que nos aprecia de manera única a cada uno de nosotros, los pensamientos de ansiedad comenzaron a disminuir. Comprendí que no venían de Dios y jamás habían formado parte de Su plan, la única realidad verdadera para mí o los demás.

Cada página de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia Cristiana y fundadora de esta organización de noticias, está llena de la benevolencia del Amor infinito que la Sra. Eddy percibió mediante el estudio de la Biblia y la revelación divina. En una ocasión escribió: “El Espíritu, Dios, reúne los pensamientos informes en sus conductos adecuados, y desarrolla estos pensamientos, tal como abre los pétalos de un propósito sagrado con el fin de que el propósito pueda aparecer” (pág. 506).

Aunque las circunstancias a menudo sugerían que yo estaba separada del bien, el Cristo –descrito en Ciencia y Salud como “la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (pág. 332)– me estaba diciendo algo diferente. Tomar seriamente el mensaje del Cristo acerca del amor de Dios por mí eliminó la preocupación y me facultó para discernir y dar más desinteresadamente los pasos inspirados y productivos para progresar.

Por ejemplo, durante aquel año, amigos amables y solidarios tanto antiguos como nuevos me dejaron vivir con ellos, y pude ayudar y retribuirles el favor a esas personas realmente amables. Al final de ese año, se me presentaron oportunidades de trabajo de maneras que yo nunca podría haber planeado, las que me dieron un auténtico sentido de propósito y la habilidad para servir a los demás en una capacidad en particular durante muchos años.

¡Cuán simple y no obstante poderoso es el profundo amor de Dios por cada uno de nosotros! Reconocer y aceptar este amor universal puede fortalecernos profundamente. Orar para escuchar los mensajes de amor y guía de Dios, presentes bajo toda circunstancia, trae una consoladora serenidad y una reconfortante luz que guía y responde a la necesidad, aun en los momentos más difíciles.

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