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La protección y guía de nuestro Padre divino

Del número de octubre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Pequeño Amigo de tres años acababa de tener un hermanito. Pudo percibir que este nuevo y pequeño hermano le consumía mucho tiempo a su mamá, y estaba produciendo un gran cambio en la familia. Seriamente le dijo a su mamá: “La próxima vez que tengamos un nuevo hermano, tendrá que traer su propia mamá”.

No sólo los niños se sienten de esta manera. Los nuevos padres a menudo desearían que estos nuevos bebés llegaran con instrucciones. Nunca olvidaré la sensación de desamparo que experimenté el día que mi madre regresó a su casa después de habernos ayudado unos días con nuestro primer bebé. Todos los conocimientos obtenidos durante los cuatro años de universidad y seis años de enseñanza en la escuela primaria no fueron suficientes para enseñarme a cuidar de este pequeño bebé.

Los años de la adolescencia a veces presentan un desafío aún mayor a los padres, a medida que intentan tomar decisiones acerca de qué se debe hacer, qué no se debe hacer, cuándo hacer una concesión, cuándo decir que no. Sin duda, es imposible que haya padre alguno que pueda tener todas las respuestas o la sabiduría necesaria, todos los recursos o fortaleza para resolver las situaciones que se presentan al criar a los hijos. Tarde o temprano surge un desafío que nos hace reconocer que necesitamos ayuda si hemos de llevar a cabo bien esta responsabilidad. Ese reconocimiento puede ser beneficioso si nos hace arrodillarnos mental y humildemente y nos prepara para comenzar a comprender que Dios es el único Padre verdadero. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “El Amor, el Principio divino, es el Padre y la Madre del universo, incluso el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 256.

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